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Territorio oscuro

Territorio oscuro

Capítulo anterior: Las últimas rebeliones fascistas

Quedarse en lo conocido por miedo a lo desconocido equivale a mantenerse con vida pero no vivir. Los mapas virtuales, ahora totalmente apagados nos obligaron a tener los ojos bien abiertos. Muchos de los que estuvieron ahí, dejaron sus aparatos digitales de lado y por primera vez comenzaron a prestar más atención a lo que tenían en frente de sus narices. El regreso del presente fue tan claro y tan radical que apenas realizado el corte informativo, nos paramos, miramos y en dos segundos ya estábamos en dirección a los arsenales de guerra. Apenas llegamos nos percatamos de que otro grupo de personas ya se habían adelantado, el caos al menos era humano, eso nos permitió abastecernos de todo el material posible sin tener confrontación con los que estaban presentes, después de todo, eramos del mismo movimiento social. Otro grupo cargado de alimentos llegó de repente a nuestras cercanías y sin mayor intercambio de palabras, unimos fuerzas para salir del pueblo en dirección a la selva. En ese momento nos encontrábamos en medio de lo que fue México, se suponía que recibiríamos el primer grupo de refugiados del norte, pero con las últimas rebeliones fascistas todo dio un giro en ciento ochenta grados. Con la caída del internet la nula información del exterior nos transformó en un grupo bastante primitivo.

 

Para la segunda noche de la gran desconexión, internados en medio de la selva aún podíamos escuchar a lo lejos, disparos, bombardeos y otras cosas no muy agradables de describir. No se hablaba mucho, solo señas, afirmaciones y negaciones transmitímos mirándonos a los ojos para ver como avanzaríamos en medio de toda esa oscuridad. Se evitaban hacer preguntas sobre como estaría el resto de la gente, asumíamos que igual o peor que nosotros, esperábamos que algunos en mejores circunstancias pero afirmar algo era completamente imposible. Solo existía lo que teníamos al frente de nosotros y fue recién a los cuatro días en que pudimos encontrar un perímetro estable para armar un asentamiento un poco más decente. Aquí levantamos unas improvisadas carpas de campaña y llegada la noche, la primera fogata y una corrida de café aliviaron el intenso frío que ocurría a nuestro alrededor. El grupo inicial que salió del pueblo estaba conformado por alrededor de veinticinco personas, pero en el trayecto se nos unieron alrededor de cinco más. Con estos nuevos integrantes en la ronda, comenzamos a darnos cobijo en una de las noches más frías en que la luz del fuego fue lo único que permitió observar el temeroso rostro de aquellos que aún seguíamos pensando como todo lo avanzado se había derrumbado por completo. De pronto una humilde voz comenzó a cantar. Poco a poco nos fuimos integrando al grato momento terminando por levantar el espíritu de todos y una vez terminada la canción, ya más presentes volvimos a mirarnos agradecidos por seguir pese a todo respirando.

 

Al finalizar esa improvisada introducción, uno de los presentes comenzó a hablar acerca de una rara situación. Era uno de los nuevos, venía de la costa del pacífico y había huido de su pueblo mucho antes de que la rebelión fascista estallara. Confesó que las redes antisociales utilizadas para publicar información centralizada de su pueblo no estaban siendo aprobadas por la gente y esto le disgustó bastante dado que el programa oficial de las redes no publica nada al exterior a menos que un porcentaje mínimo de la población lo apruebe. Al parecer el código había sido hackeado pues de una u otra forma, comenzó a desobedecer muchas condiciones sociales prescritas para los fines informativos del grupo local. Al finalizar su mensaje otro de los integrantes nuevos comenzó a decir cosas similares, pero esta vez de un pueblo interno del sur el cual también había comenzado a actuar de esa forma. Mucha incertidumbre comenzó a transmitirse en los primeros diálogos, pero también mucho enfoque en el presente nos permitió mantener el espíritu intacto, sin problemas comenzamos a dialogar acerca de todo lo experimentado en todos estos últimos años de revoluciones y crisis.

 

Después de un par de horas de diálogos, una de las cosas más importantes que nos quedó resonando fue que la única realidad confiable era la que se vivía en carne propia, es decir la experiencia misma, pues la información de gente cercana si bien podía ser confiable, no necesariamente indicaba que era una realidad absoluta, menos aún la que circulaba por internet. Ambos conceptos, realidad y confiabilidad si bien pueden parecerse en algo, son muy distintos y todo este tiempo estuvimos abusando de los límites que abarcaban cada una de ellas. La información con la que trabajamos todos estos años nunca fue una realidad absoluta y solo la asumimos como tal al ver vivido sus consecuencias en momentos claves, como por ejemplo en el lanzamiento de las bombas de paz o las últimas grandes crisis, pero ¿cuantos pueblos en realidad seguían perdidos en el mapa?, ¿cuánta gente en realidad nunca estuvo al tanto de los movimientos sociales?, ¿cuánta gente aún seguía desinformada y cuanta gente aun completamente desinteresada? No era posible abarcar todo y aquellos que pensábamos que sí era posible, volvimos a ver la utopía social a una distancia en realidad inalcanzable. Aun así, nuestro grupo seguía vivo, respirando y sabiendo que todo lo experimentado había sido por algo. Tales movimientos sociales sí habían dado frutos, pero en porcentajes y estadísticas matemáticas nunca fueron realidades absolutas. El territorio oscuro era la única realidad confiable que no se podía negar.

 

Al amanecer del nuevo día, los encargados de vigilar el perímetro informaron que a lo lejos en dirección al este, era posible visualizar una casa. Dada la conversación de la noche anterior, este dato lo tuvimos que confirmar entre todos para que no quedaran dudas. Debimos dialogar alrededor de cinco horas para al fin poder tomar una decisión acerca de cómo enfrentar esa situación. Nos encontrábamos al lado de un cauce de agua dulce que venía de esa dirección y si bien por el momento el agua no era algo que nos faltara, la comida no duraría más de una semana. Éramos casi treinta personas y si bien habíamos logrado generar una comunidad basada en respeto y trabajo mutuo no veíamos la posibilidad de agrandar el grupo y menos de pertenecer a otro.

 

Cabe destacar que para esos días, la conexión telefónica había colapsado junto a la conexión de internet, por ende todos aquellos que estábamos ahí, estabamos en cierto sentido huérfanos, sin ningúna posibilidad para saber acerca de cómo se encontraban nuestros familiares y cercanos. La decisión que debíamos tomar no era tan simple, más que un “sí vamos” o un “no, no vamos”, debíamos generar un plan estratégico a largo plazo que disminuyera toda opción de caer en manos de reptilianos o gente no acorde a nuestra forma de vida, por ende, antes de ir hacia el pueblo acordamos generar antenas que nos permitiesen utilizar nuestros teléfonos celulares como radio. Al cabo de tres días logramos el avance acordado y esto nos permitió estar conectados por medios inalámbricos en un diámetro de aproximadamente doscientos metros a la redonda, algo bastante acotado tomando en cuenta que el pueblo se encontraba a quince kilómetros pero al menos esta antena nos permitiría mantenernos comunicados en caso de sufrir un ataque que nos dejara imposibilitados de hablar o movernos. La siguiente misión, la más compleja, era ir al pueblo. Para esto fue todo un debate de quienes irían y quienes se quedarían, pero la conclusión final fue ir entre todos, armando una especie de hilo visual entre el primer y último integrante del grupo, separándonos por varios cientos de metros, con los hombres más preparados para dar un enfrentamiento al inicio y con los más débiles y menores al final, permitiendo de esta forma que quedaran entre comillas, más protegidos. Al cabo de varias horas de caminata, los tres hombres que quedaron más cerca del pueblo comenzaron a caminar con banderas blancas por las calles para ver la reacción de los posibles habitantes. En solo unos segundos fueron rodeados por varias personas quedando totalmente acorralados.

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